Sermón predicador por el Dr. Marcus Hong, el 11 de agosto de 2024.
Cuando estaba creciendo, a menudo me sentí fuera de lugar.
Soy hijo de inmigrantes: mi madre es de los Países Bajos y mi padre de China.
Cuando era un niño, muy pocas personas se identificaban como pertenecientes a más de una raza.
De hecho, hasta el año 2000, el censo de los Estados Unidos no permitía a las personas elegir la opción de ser de más de una raza.
Incluso en 2022, menos del 1% de la población de los Estados Unidos se identificaba como blanca y asiática.
Esto significaba que yo era diferente, un hecho que se confirmaba cada vez que tenía que llenar formularios para las pruebas estandarizadas de la escuela.
Escribía cuidadosamente mi nombre, escribía mi fecha de nacimiento y marcaba con un círculo la palabra «masculino» para indicar mi género. Entonces, me empezaban a sudar las manos del nerviosismo.
Tenía que elegir entre una de las categorías raciales predeterminadas (blanco, negro, asiático, etc.) o elegir «otro». Para mí, esto siempre parecía una elección entre dividirme en pedazos o admitir que no pertenecía.
Siempre fui el «otro».
Con el tiempo, he aprendido a sentirme orgulloso de ser el «otro», aunque no siempre fuera una sensación cómoda.
Estoy agradecido por las múltiples tradiciones, expresiones culturales y experiencias diferentes que llamo mías.
Como cualquier otra persona, estas experiencias me hacen ser quien soy. Y me ha encantado aprender sobre todo lo que soy, celebrarlo, y crear una identidad que incorpore todas estas experiencias de maneras especiales.
La mayoría de las personas queremos pertenecer.
Nos gusta ser parte del grupo.
Saber a qué grupo pertenecemos puede darnos personas a las que admirar, ejemplos de cómo debemos vivir y actuar, y reglas y celebraciones culturales que brindan orden a nuestras vidas y nuestro tiempo.
En el pasaje bíblico de hoy de Efesios, Pablo nos invita a un tipo particular de pertenencia.
Esta pertenencia no se basa en el origen racial, el género o la identidad sexual, el país, la ciudad, el estado, la región, el estatus económico o el partido político.
Ni siquiera se trata de una identidad religiosa, como «presbiteriano», «católica» o «iglesia cristiana».
Es una identidad de personas que han elegido una forma particular de vida, basada en seguir a una persona específica.
Cuando Pablo quiere recordarle a la gente de Éfeso cómo debe vivir, escribe: «¡Esa no es la forma en que aprendieron en Cristo!».
A quienes escucharon a Pablo se les enseñó no a seguir una «religión» organizada, sino a una persona: Jesús.
Él les dice: «Dejen su vieja naturaleza, y renuévense en el espíritu de su mente, y revístanse de la nueva naturaleza».
Este lenguaje de «revestirse de la nueva naturaleza» es uno que, a lo largo de la historia, se ha utilizado para hablar de las personas cuando son bautizadas, lo cual es signo de pertenecer a la familia de Jesús.
De hecho, hace siglos, las personas se quitaban la ropa que llevaban puesta al ser bautizadas, se sumergían en el agua y salían para ser recibidas por alguien que sostenía un conjunto de ropa completamente nuevo.
Su antigua vida había terminado. Su nueva vida había comenzado.
Después del bautismo, celebraban la Comunión por primera vez. Era su primera comida como parte de una nueva familia: la familia de Jesucristo.
Durante las últimas dos semanas, la pastora Marissa ha estado hablando sobre esa comida familiar y cómo nos nutre y nos enseña a vivir en la vida de Jesucristo.
El libro de Efesios vincula nuestra vida en Cristo con lo que acompaña a la Comunión como sacramento: el Bautismo.
El Bautismo nos pone en una nueva relación: una nueva familia unida no por la genética, la economía, la nacionalidad o la etnia, sino por una manera de vida: seguir a Jesucristo.
Las cosas que Pablo recomienda en el pasaje de hoy no son nuevas: decir la verdad; no dejar que la ira hierva a fuego lento; no robar; ser amable; perdonar. Estas no son ideas nuevas.
Sin embargo, las razones para hacer estas cosas sí lo son: las hacemos porque pertenecemos a la familia de Jesús.
Esto me recuerda a la película Un mundo extraño (Strange World).
En la película, un abuelo llamado Jaeger Clade es un gran explorador. Le encanta sentir la emoción de conquistar nuevos desafíos y lugares.
El hijo de Jaeger, Searcher, es un agricultor. Le encanta domesticar a la naturaleza para obtener energía para edificar su sociedad. Searcher piensa que lo que hace su padre es peligroso.
El hijo de Searcher, Ethan, es diferente tanto de su padre como de su abuelo. Ethan es curioso y quiere aprender sobre nuevas personas y criaturas y hacer amistad con ellas.
En esta escena, Jaeger, Searcher y Ethan están jugando al juego favorito de Ethan, «Puesto de avanzada» (Primal Outpost). La escena está en inglés.
Jaeger y Searcher tienen maneras opuestas de hacer las cosas, pero sus motivaciones son las mismas: tener el control.
La agricultura puede parecer menos violenta que la conquista, pero es simplemente tener «control» con un nombre diferente. Ambas actividades tienen su raíz en el miedo y se concentran en las necesidades de la persona que tiene el control.
Los motivos importan.
La motivación de Ethan era diferente: hacer amistades y vivir con curiosidad. Hacer amistades tiene en cuenta las necesidades de toda la comunidad; de hecho, de toda la creación.
Los motivos importan.
Lo mismo es cierto en Efesios. Los motivos para hacer las cosas que Pablo recomienda es importante. Y ese motivo es construir la comunidad de Jesús.
Repasemos tres recomendaciones en conjunto.
Recomendación 1: «Por eso, ya no deben mentirse los unos a los otros. Todos nosotros somos miembros de un mismo cuerpo, así que digan siempre la verdad».
No mientan. Esto no es un consejo nuevo. Suena bien y queremos seguirlo.
Hablen la verdad. También queremos hacer esto, ¿no? Sin embargo, esto puede ser más difícil que no mentir.
Decir la verdad puede significar confrontar a alguien a quien no queremos insultar, ya sea porque le amamos o porque tiene poder sobre nuestras vidas. La verdad puede molestar a quienes no quieren escucharla.
Decir la verdad puede significar entender y aprender la verdad, y eso puede significar que tenemos que admitir que nos equivocamos.
¿Por qué elegiríamos hacer estas cosas difíciles? No solo porque es lo correcto, sino porque, dice Pablo, «somos miembros de un mismo cuerpo».
Una comunidad no puede mantenerse unida si no puede decirse la verdad. Las mentiras corroen los lazos que nos unen. La falta de verdad debilita esos mismos lazos.
Si somos parte de la familia de Jesús, entonces somos parte de un mismo cuerpo. Al igual que las partes del cuerpo humano, nuestras acciones afectan al resto del cuerpo.
No mientan. Digan la verdad. Porque todos somos parte de un mismo cuerpo.
Recomendación 2: «Quien antes fue ladrón, debe dejar de robar, y ahora trabajar bien y con sus propias manos. Así tendrá dinero para ayudar a las personas necesitadas».
Cuando se habla de dejar de robar se presupone que quienes roban son parte de la comunidad.
Pablo podría haber dicho: «Las personas que roban deben ser excluidas de la comunidad». O, «Porque son parte de la comunidad estas personas no tienen que cambiar». Sin embargo, él elige una tercera manera: «Deben dejar de robar porque pertenecen a la comunidad». Su pertenencia determina por qué deben cambiar.
Y Pablo va más allá: «Deben compartir con quienes tienen necesidad».
No es sólo «deja de robar» y «trabaja para conseguir lo que necesitas», sino también «trabaja para ayudar a quienes tienen necesidad».
En los Estados Unidos tenemos un dicho que se puede traducir como «sal adelante por ti mismo/a», que habla de que las personas deben trabajar duro para tener una vida mejor.
«Trabaja para ayudar a quienes tienen necesidad» significa que algunas personas tienen necesidades que no pueden manejar por sí mismas. No pueden «salir adelante por sí mismas» ni «trabajar más duro» para mejorar sus vidas.
¿Por qué dejamos de robar? Porque otras personas necesitan nuestra ayuda y nuestro duro trabajo para vivir.
Un último ejemplo es «Enójense, pero no pequen; reconcíliense antes de que el sol se ponga».
En este caso, el nuevo camino viene primero: «Enójense». Luego, en segundo lugar, lo que deberíamos dejar de un lado: «reconcíliense antes de que el sol se ponga».
Enójense. ¡Qué buena recomendación!
Mucha gente piensa que la gente cristiana nunca debe enojarse. Piensan que la gente cristiana siempre debe ser amable. Mucha gente solo ve la ira como algo malo.
Susan Hylen, una estudiosa del Nuevo Testamento comenta sobre este pasaje que la iglesia a menudo ha tenido dificultades para enseñar sobre la ira… Con demasiada frecuencia, el mensaje ha sido que debemos tragarnos la ira o ignorarla. La ironía es que, al tratar de actuar como buenos cristianos y cristianas que no quieren experimentar ira, la ira que existe a menudo pasa a la clandestinidad, donde se encona y crea problemas más graves. Los resultados pueden ser fáciles de detectar. En muchas congregaciones, lo que comenzó como un pequeño incidente a veces persiste durante años debido a la ira que existe en ambos lados, una ira que nunca es expresada. La situación se aplica tanto a individuos dentro de las congregaciones como a conflictos entre grupos. El pastorado y otras personas dentro del liderato de la iglesia a menudo exacerban el problema eludiendo el asunto para evitar conflictos. Sin embargo, la «paz» que resulta no es una verdadera «paz».
Otro comentarista, Brian Peterson, señala que hay momentos en que no sentir enojo sería pecado. Deberíamos enojarnos contra todos los impactos de la injusticia y la opresión, tanto dentro como fuera de la iglesia. En otros momentos, nuestro enojo es simplemente nuestro último intento desesperado de defendernos en contra del nuevo mundo que Dios está llamando a emerger y contra las personas que sirven a Dios que nos están instando a entrar en ese nuevo reino.
Deberíamos enojarnos ante la injusticia y la opresión.
Pero a veces nuestro enojo encubre nuestra resistencia a ir a donde Dios quiere llevarnos.
Otras veces el enojo surge del dolor de darnos cuenta de que nos hemos equivocado, pero no queremos admitirlo todavía.
Enojarnos por el motivo correcto significa que tenemos que discernir cuidadosamente lo que Dios quiere que hagamos. Tenemos que mirar a Jesucristo para seguir su camino.
Más adelante, Pablo escribe: «No pronuncien ustedes ninguna palabra obscena, sino sólo aquellas que contribuyan a la necesaria edificación».
Expresamos nuestro enojo no para ganar una discusión o demostrar que tenemos razón, sino porque algo malo ha sucedido y está destruyendo al cuerpo de Cristo.
Expresamos enojo, decimos la verdad, trabajamos duro (y descansamos) para edificar a la comunidad.
Aquí en los Estados Unidos pronto elegiremos líderes tanto locales como nacionales.
Recientemente, algunos líderes políticos han estado afirmando que su partido político es el verdadero camino a Cristo, o que fueron elegidos por Cristo. Los políticos han hecho esto a lo largo del tiempo para obtener el poder que conlleva conectarse con el pueblo de Dios.
Permítanme decir a esto un firme: «no».
Seguir al partido republicano no es lo mismo que seguir a Cristo. Seguir al partido demócrata no es lo mismo que seguir a Cristo. Debemos juzgar a cada uno según el caminar de Cristo.
La Declaración de Barmen, escrita por la comunidad cristiana que resistió a Hitler en Alemania, lo deja claro. Es una de las confesiones de la Iglesia Presbiteriana y está basada en el caminar de Jesucristo.
Los escritores de la Declaración de Barmen dijeron una verdad que los metería en problemas con los que estaban en posiciones de poder.
Ellos citaron parte de Efesios 4, apenas unos versículos antes de lo que hemos leído hoy: «Más bien, hablando la verdad en un espíritu de amor, debemos crecer en todo hacia Cristo, que es la cabeza del cuerpo. Y por Cristo el cuerpo entero se ajusta y se liga bien mediante la unión entre sí de todas sus partes».
Hablemos la verdad, porque somos un solo cuerpo y Cristo nos guía.
Al comentar esto, escribieron: «La Iglesia cristiana es la congregación de los hermanos en la cual Jesucristo actúa hoy como el Señor en la Palabra y el sacramento por medio del Espíritu Santo».
Los términos «Palabra y Sacramento» incluyen la lectura de la Biblia –la Palabra-, así como el Bautismo y la Comunión –los Sacramentos-. Estos son la base de nuestra identidad.
Ellos continúan: «Como la Iglesia de pecadores perdonados, tiene que testificar en medio de un mundo pecaminoso, tanto por su fe como por su obediencia, tanto por su mensaje como por su orden, que pertenece solamente a Él y que vive y quiere vivir solamente en base a su fortaleza y bajo su dirección, en la expectativa
de su venida».
Nuestra pertenencia está en Jesús, y vivimos a la manera de Jesús. Podemos equivocarnos, pero cuando hacemos lo correcto, es porque estamos siguiendo a Jesús.
Finalmente: «Rechazamos la falsa doctrina de que la Iglesia tiene la facultad de abandonar su mensaje y orden para su propio placer o para adaptarse a los cambios en las convicciones ideológicas o políticas del momento».
Cuando hablan del «mensaje» se refieren a «lo que les decimos a las demás personas sobre nuestro modo de vida», y por «orden» se refieren a «cómo vivimos en comunidad». No podían abandonar su mensaje ni su modo de vida para seguir los cambios de movimientos políticos, gobiernos o líderes. Ellos seguían a Jesucristo.
El camino de Cristo actúa no sólo para ayudar a cada persona, sino específicamente para ayudar a las demás personas y específicamente para las personas que tienen más necesidad, para las personas desatendidas y abandonadas, las temidas y odiadas – las que son las «arañas demoníacas», del juego de Ethan, sin quienes no podemos vivir, aunque puedan parecer gente extraña.
El camino de Cristo es un camino que se enoja con la opresión y la injusticia, y no se enoja sólo porque se quiera tener razón y tengamos miedo de equivocarnos.
El camino de Cristo evita mentir y busca la verdad, incluso si decir la verdad significa admitir que nos equivocamos.
No podemos ser humanos sin ayudar a las personas más vulnerables en medio nuestro. No podemos ser humanos sin las demás personas. No podemos sobrevivir los unos sin las otras.
«Por tanto, seamos imitadores de Dios, como hijos amados, y andemos en amor, como Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio fragante para Dios». Amén.
Comments