El hombre de la túnica blanca
Cuando era más joven, pasaba los veranos trabajando como directora de conferencias de jóvenes en el campamento del Sínodo en Puerto Rico. Algunos de nuestros líderes más jóvenes también pasaban los veranos allí. En ocasiones, el cansancio de trabajar en tantas conferencias era tal que, al llegar la noche, el que los jóvenes estuviesen portándose mal y no quisieran irse a dormir, simplemente hacían que no pudiesen soportar más.
En una ocasión, uno de los líderes se acercó y nos dijo que ya no podía lidiar con el grupo. Estaba agitado y deseaba irse a casa de inmediato. Tratamos de convencerlo de quedarse, ya que era pasada la medianoche y el campamento estaba en las montañas. La carretera sería peligrosa a esa hora y temíamos que pudiera tener un accidente. A pesar de nuestros esfuerzos, él insistió en irse, subió a su auto y salió apresurado. Nos quedamos allí orando para que llegara a casa sano y salvo.
Minutos después, vimos las luces de un auto que regresaba por la carretera. Era él. Bajó del vehículo con el mismo rostro agitado, ahora mezclado con miedo y asombro. Al preguntarle qué había sucedido, nos contó que al intentar cruzar el puente sobre el río Guacio, un hombre vestido con una túnica blanca apareció en medio del camino. Detuvo el auto, sin saber qué hacer. Aterrorizado, decidió regresar al campamento. Estaba visiblemente conmocionado y, cuando intenté calmarlo para que pudiera explicarse mejor, exclamó: «¡No me digas que me calme! ¡No puedo calmarme!».
No puedo calmarme
Después de las elecciones, al revisar las redes sociales, vi a personas celebrando y agradeciendo a Dios, porque Estados Unidos había sido salvado. También vi personas que declaraban que la democracia había muerto. Unas personas lamentaban la falta de civismo, mientras otras celebraban la victoria burlándose de los «perdedores» o pedían paz y unidad. También vi publicaciones como: «Hoy no me hables. No intentes consolarme, no lo quiero. Ganó el odio. Ganó el racismo. Ganó la ignorancia. ¡No me digas que me calme!».
En este estado de ira, miedo, tristeza y desilusión, es difícil encontrar consuelo en quienes nos piden sonreír, calmarnos o ver todo el contexto. Son frases repetidas a las que recurrimos para tratar de evitar conflictos. Sin embargo, estos momentos nos desafían, una vez que ha pasado el tiempo, a tratar de escuchar las voces que intentan encontrar sentido en los tiempos que vivimos, descubriendo destellos de salvación, esperanza y paz. Es un proceso difícil y desafiante, pero como vimos en el pasaje de hoy, esto ha sucedido antes.
El pequeño Apocalipsis
Cuando Jesús y sus discípulos salieron del templo en Jerusalén, uno de ellos comentó sobre la belleza de los edificios. El historiador romano Tácito describió el templo como una montaña de mármol blanco adornada con oro, un «templo de inmensa riqueza». En respuesta, Jesús hizo una profecía sorprendente: el majestuoso templo sería destruido, y no quedaría «piedra sobre piedra».
Más tarde, en el Monte de los Olivos, Pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntaron a Jesús cuándo sucedería esto y qué señales lo anunciarían. Me pregunto si lo hicieron por ansiedad o temor, ya que este era el templo de Dios, el lugar que el pueblo judío consideraba el punto de encuentro más cercano entre Dios y su pueblo.
Jesús les advirtió que tuvieran cuidado de no dejarse engañar, pues vendrían muchos falsos profetas que afirmarían ser el Mesías. Les dijo que escucharían sobre guerras y rumores de guerras, pero que no debían alarmarse, ya que estas cosas debían ocurrir, aunque no eran el fin.
También mencionó que se levantaría nación contra nación, y habría terremotos y hambrunas. Estos eventos, explicó, eran solo el comienzo de los «dolores de parto», una señal de tribulaciones mayores que estarían por venir.
A primera vista, esto no suena como una buena noticia. ¿Qué significa que esto es solo el comienzo?
Robert A. Bryant nos recuerda que…
«Todo el capítulo 13 tiene sus raíces en el pensamiento apocalíptico judío, cuyo núcleo es la creencia de que Dios controla la historia, que el mundo se ha vuelto tan malvado que solo Dios puede salvarlo, y que lo rescatará del mal en el momento que considere oportuno, estableciendo una nueva creación donde la justicia será el rasgo característico de todo el mundo».
Sin embargo, hay un giro en esta historia. Se cree que el Evangelio de Marcos fue escrito entre los años 66 y 74 d. C., un período que incluye la revuelta judía contra Roma (66-70 d. C.) y la posterior destrucción del templo. El tono y la urgencia de la narrativa especialmente en Marcos 13, parecen reflejar la inestabilidad y el tumulto de esa época.
Así pues, cuando la gente lee este pasaje de Marcos, ya ha presenciado la destrucción del templo. Han experimentado el poder aplastante del Imperio Romano, que reprimió con violencia la revuelta judía. Cada día pasan junto a las ruinas del templo, un crudo recordatorio de su pérdida. Han visto morir a seres queridos. Sienten como si el odio hubiera triunfado, como si el mal hubiera prevalecido. En medio de esta devastación, resulta difícil escuchar palabras de esperanza, vivir sin miedo, mantenerse en calma o encontrar la paz.
Una paz intencional
En la historia del tiempo de la niñez, encontramos a una cuerva que decide mirar hacia arriba, buscando una salida al ciclo constante de miedo que domina a toda su comunidad. A veces, la paz no es algo que se encuentra fácilmente; es una decisión que debemos hacer una y otra vez. La paz no consiste solo en vivir en tranquilidad o escapar del ruido y el caos que nos rodean; es una elección intencional de aferrarnos al bienestar, la esperanza y la oportunidad de ir más allá de nuestras tribulaciones.
Esta decisión no es sencilla. A menudo, los seres humanos respondemos a la violencia con más violencia. Nuestras palabras pueden inclinarse hacia la catástrofe y el apocalipsis. Vemos a través de ojos nublados por la ansiedad, percibiendo enemigos y enemigas por todas partes. Sin embargo, elegir la paz en medio de circunstancias apocalípticas es una verdadera muestra de resiliencia, resistencia e incluso de rebeldía.
Emilie M. Townes nos recuerda que, para la comunidad africana que pasó por la esclavitud en los Estados Unidos, la contradicción entre la deshumanización de la esclavitud y la promesa de salvación era brutal. La lucha contra el apocalipsis de la esclavitud «hizo difícil separar el anhelo de salvación de la visión de una nueva humanidad, donde las personas fueran definidas por la libertad que se encuentra en la gracia de Dios, en lugar de la esclavitud impuesta por la crueldad y la codicia humanas». Por eso podían cantar canciones que proclamaban:
Oh, libertad, oh, libertad,
oh, libertad ven sobre mí.
Y antes de ser esclavo,
seré enterrado en mi tumba,
y volveré a casa con mi Señor y seré libre.
Puede que estemos viviendo en una época apocalíptica. Tiempos así han ido y venido a lo largo de la historia. Parece que no quedará piedra sobre piedra. Escuchamos sobre guerras y rumores de guerras. Sin embargo, Jesús dice algo crucial que debemos esforzarnos por escuchar: «No se alarmen; el fin aún está por llegar». Y tenemos que creer que el fin del sufrimiento aún está por llegar, que el fin del miedo aún está por llegar, que el fin del dolor aún está por llegar. El elegir la paz es posible, y por ello damos gracias.
Espero entonces que esta gratitud, nacida de la certeza de Jesús de que, incluso en tiempos de gran angustia, persiste la posibilidad de una paz basada en la confianza, la fe y el conocimiento de la gracia de Dios, nos inspire a ofrecer esta opción de pa a las demás personas. Así lo han hecho antes personas que han sido campeonas de la paz: Mahatma Gandhi, Martin Luther King Jr., César Chávez, Dorothy Day, Lech Wałęsa, Desmond Tutu, Nelson Mandela, Malala Yousafzai, Rosa Parks y Henry David Thoreau, entre otras personas. Juntas, estas personas —y muchas más— demuestran el poder perdurable de la resistencia no violenta como medio para enfrentar la injusticia e inspirar cambios duraderos por medio de la paz.
Escriban música. Creen arte. Envíen cartas. Den ofrendas. La gracia y la paz de Dios están presentes en nuestras vidas. Sigo creyendo que el hombre de la túnica blanca era la presencia de Dios, cuidando de aquel joven en su momento de crisis. Y sigo creyendo que, aunque esto sea solo el comienzo de los dolores de parto, el final llegará… y la gracia y el amor de Dios prevalecerán.
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